‘‘LLEGÓ LA COSECHA, HERMANOS. ’’
Los hechos ocurrieron a finales de los setenta, un grupo de familias del pueblo, la mayoría menores de veinte años, viajábamos hacia un lugar de La Mancha, y todos bajo las órdenes de general. Lo de general no es coña, es un apodo ya que en el pueblo donde habito todos tenemos más de un nombre, el oficial y el que nos colocan con más o menos gracia. Yo, andaba con mi primera crisis existencial leyendo la biblia a la luz mortecina de un campin gas, única luminaria que teníamos en el cortijo que estaba tirado en medio del campo a más de cinco kilómetros del pueblo más cercano (Alcubillas). Nos bañábamos, no muy a menudo, calentando agua en una olla, quemando sarmientos secos en una cocina de leña y dormíamos en un suelo empedrado sobre los colchones que traíamos de casa, bebíamos el agua del mismo pozo con el que se regaban las cepas, trabajábamos de sol a sol trasladándonos al tajo en el mismo tractor que cargaba la uva. Una tarde, después del trabajo, estábamos vicheando el